Saudí de nacimiento y heredero de una inmensa fortuna, aferrado a la religión Islámica, a sus 54 años de vida... dejó éste mundo para siempre. Después de ser buscado por diez años finalmente falleció en manos de las Fuerzas Militares de Estados Unidos.
Estamos en este mundo para vivir... no para dar muerte. ¡Qué triste es morir asesinado! Pero, ¿será que los sueños de este afamado hombre al fin se hicieron realidad? Quizá aprendió a convivir con los lineamientos de su religión, pero olvidó una gran lección cristiana. Se olvidó de la Regla de oro. Sí, aquella que nos enseña que: -No hagas con otros lo que no quieres que hagan contigo-
Aquí es cuando enmudecemos y recordamos a aquellos miles de seres humanos a los que él arrebató la vida con violencia, venganza y odio.
Lamento mucho la tristeza de sus 52 hijos... la de su familia y la de su nación que lo vió como a un ser inmortal.
Ahora sólo queda su biografía... un hombre que pudo pasar a la historia por hacer mucho bien... será recordado para siempre por todo lo malo que hizo.
Mientras tanto, yo me quedaré con la lección aprendida.