¡FELIZ DÍA PADRE!

"Todavía recuerdo cuando yo le esperaba sentadita en la puerta de la casa. El, por su trabajo solía viajar mucho, pero el tiempo que nos dedicaba se convertía en momentos inolvidables para mi... Dicen mis hermanas que de pequeña me gustaba la carne, y que la porción que me servían nunca era suficiente, entonces él, mi padre, siempre tomaba una porción de su parte y me la daba. Nunca olvidé su generosidad. Recuerdo mucho también, las veces que le ayudaba a mi mamá levantándonos temprano para ir al colegio. A veces, tuvo que llevarme de la mano para pedirle disculpas a la maestra porque me había quedado dormida. Cuando crecí, me di cuenta que tenía por padre a un hombre muy responsable. Aunque siempre estaba sujeto a un presupuesto mensual, nunca nos faltó comida en la casa. El decía que había una ordenanza que cumplir. Que "primero era la vida, después el cuerpo y después el vestido". Nunca lo vi angustiado porque tenía que devolver un dinero prestado. Siempre nos enseñó que "no debemos deberle nada a nadie". Siempre le tuve confianza, aunque para castigar era severo. Cuando me enamoré por primera vez, se lo conté y él suspiró como diciendo "en qué te has metido"... me aconsejó a su manera, y lo hizo bien.  Después de eso, jamás le escondí ningún romance (y le contaba los detalles).
Recuerdo las veces en que hinchaba el pecho de orgullo por su hija. Yo sobresalía en los concursos y deportes y casi siempre estaba al frente representando al colegio. Años después, quise ser más independiente todavía... y él me abrazó y me contó que una vez había decidido escapar de su casa porque su padre le castigaba mucho y que había huido con otro amigo atravesando la cordillera hasta la costa, a pie. Lo admiré por su determinación. Pero también me dijo que no había nada más hermoso que permanecer con los padres todo el tiempo que sea posible, porque es el mismo tiempo que se encarga de separarlos. Y lo aprendí.  El día de la graduación para mi bachillerato, los vi a los dos, orgullosos que su hija culminara su etapa de estudios. Pronto vino la Licenciatura, y él se decidió a tomar unos cursos para obtener su título. Fueron días inolvidables. Estudiamos juntos, repasamos lecciones;  decaía por momentos, le entusiasmaba en otros... y así. Por su edad y años que no había vuelto a estudiar, tuve que hablar con el Rector para pedirle que le de una oportunidad. Nos presentamos los dos en la entrevista, él estaba nervioso, y el Rector mencionó: -Aquí le falta una recomendación- ¿Tiene usted a alguien que lo recomiende?... y por breves momentos los papeles se cambiaron totalmente, ya no era el padre que le pedía disculpas a su maestra porque su niñita se había quedado dormida, sino era la hija recomendando al padre, para que obtenga su ansiado título.  Mi padre, no es una persona excepcional. Yo tuve que aprender a aceptarlo como es. Aprendí a discutir con él a su altura. A veces, nos hablamos fuerte, pero nunca nos resentimos el uno al otro. La otra lección que le dejó a mi vida, es que "nunca debe ponerse el sol sin que haya resuelto mis enojos". Ahora cuando nos visitamos, nos reímos mucho de las anécdotas del pasado, y nos decimos repetidas veces que nos queremos. Parece que desde que cumplió 74 años, tengo más necesidad de decirle "papito", te quiero. Y él me lo repite: "hijita", yo también te quiero.  El rumbo de la vida cierra el ciclo... pero a su paso, he aprendido muchas lecciones maravillosas de mi querido padre, como aquella tan importante de "buscar primero el reino de Dios y su justicia, que todas las demás cosas vendrán por añadidura".
Cuando cumplió 76 años, le compuse una canción y le llevé un arreglo floral con 76 claveles rojos. Se emocionó. Después que le canté, me abrazó fuertemente y me dijo que era la primera vez que le regalaban algo así. A esa edad, me encantó verle feliz de construir por primera vez una casita para ellos y cuando él supervisaba la obra, le gustaba ver de lejos lo que había logrado. 
PEDRO DÍAZ ROBLES, mi padre,  pasó a la presencia del Señor a sus 81 años. El día que le detectaron cáncer pancreático, se desmoronó por un momento como ser humano. Vi grandes gotas de lágrimas caer de sus ojos, y me volvió a enseñar otra lección. "Dios toma lo suyo cuando él quiere y de la forma que él quiere".  Aquella mañana yo hacía un trabajo importante en la oficina y no podía correr a su lecho para estar con él. Cuando llegué, entré a verlo y lo encontré cubierto con una sábana.  Me eché encima de él y le dije "Papito de mi corazón".  Al perderlo, perdí a mi pastor, a mi amigo y a mi confidente. Fueron 3 meses muy difíciles de duelos intensos de madrugada para mí.  Una noche, al quedarme dormida... vi que subía por las escaleras de mi casa, con su tradicional bolsita de fruta en una mano, pasó el primer piso, subió por el segundo y dobló hacia mi cuarto. Se acercó a mi cama, tomo mi rostro una y otra vez y me dijo "Ya hijita, ya..." Volvió a descender por las escaleras y yo desperté. A partir de allí reconocí otra gran lección para mi vida "Dios siempre te dará una paz que sobrepasa todo entendimiento".  Ahora, cuando voy de visita a algún lugar, recuerdo esa última vez que lo vi en mis sueños y reaprendo su lección de generosidad "Comparte siempre tu pan con alguien más".  ¡FELIZ DÍA PADRES DEL MUNDO!!
Publicado por primera vez para el Boletín mensual de IACYM P.Libre
20 junio 1999

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